martes, enero 15, 2013

EL AMOR HA MUERTO.


Escribo amor sin sentir nada, sin creer en él. Repito la palabra de manera automática y monótona, como las tareas escolares.

Escribo amor con tinta pura, no corrompida por las lágrimas, la pasión o la melancolía. Escribo amor para no olvidar que esa palabra existe en los diccionarios, en las bocas de los ingenuos, en el discurso de los falsos amantes.

Escribo cuatro letras una a una, con calma, como si fuera un pergamino adelgazado por el tiempo, frágil y desgastado, vulnerable a las heridas.
 

Quisiera escribir amor y recordar cómo se siente, cómo era mi amor, qué sensaciones evocaba su pronunciación.
 

Unos dicen que el amor da sentido a la vida, es una razón para seguir existiendo, pero si así fuera, yo habría muerto hace años. Pienso que la melancolía es más poderosa para impregnar un ser del deseo de un nuevo amanecer. Pero aún así, con mi compañera nostalgia, sigo escribiendo amor. Tal vez lo hago para que las generaciones venideras lo salven, lo limpien de la basura consumista, que le borren el signo de pesos y lo entibien en su pecho.
El concepto amor ha sido corrompido, lapidado, confundido, profanado por los pseudo amantes, por los ogros disfrazados de caballeros.
El amor ha muerto junto con dios. Por eso escribo amor, como una súplica, como un desahogo, como la utopía.