martes, diciembre 26, 2006


DISCURSO DE CHAPLIN EN "EL GRAN DICTADOR"


Charles Chaplin fue antes que un gran cineasta y un espléndido comediante, una persona íntegra y coherente, un humanista, tal vez ingenuo, pero cabal, probablemente consciente (y horrorizado), cada vez más, del poco sentido que tenía su optimismo en el mundo contemporáneo, mostrándose en sus películas cada vez más una cierta amargura y desesperanza. El célebre discurso final de su película El gran dictador en 1940 es toda una declaración de su autor al respecto, y no está de más, dada la coyuntura que vivimos, reproducirlo a continuación:


Lo siento.

Pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni ayudar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas.

Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco.

Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura.

Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.

Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano.

El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.
Soldados.

No os entreguéis a eso que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir.

Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina.

Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo lo que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.

Soldados.

No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. El capítulo 17 de San Lucas se lee: "El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres..." Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura.

En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.

Luchemos por el mundo de la razón.

Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.
Soldados.

En nombre de la democracia, debemos unirnos todos.

miércoles, diciembre 06, 2006

SILENCIO
Silencio, dulce silencio, no en balde es tan difícil de obtener. En la actualidad vivimos saturando los delicados receptores de nuestros oídos con ese atroz barullo creado por la civilización. Nunca dedicamos un instante del atareado día a sólo escuchar, a tratar de desdoblar cada sonido que recibimos en nuestro entorno. Si nos detuviéramos un momento nos daríamos cuenta que todos los sentidos están atrofiados. Estamos dejando de sentir. Hemos perdido nuestra sensibilidad a los roces sutiles en la piel, a los matices o recuerdos que un olor nos despierta, a mirar detenidamente aunque sea el paisaje que la ciudad nos presenta.

A través de los años los filósofos de todo el mundo nos han planteado que nos conozcamos a nosotros mismos, y el silencio es una cualidad que nos permite entablar un diálogo interno para descubrir nuestras debilidades, la causalidad que nos impulsa a actuar de tal o cual manera. Hay situaciones en la vida que sólo pueden expresarse por medio del silencio. Quién no ha disfrutado alguna vez de la simple contemplación, ya sea de un paisaje, de una obra de arte o de la persona amada!!

Desperdiciamos el tiempo escuchando chatarra como rumores, música que sólo abate nuestra capacidad de sentir las notas una a una en todo su infinito esplendor. Y como la lengua es el órgano más rebelde de la anatomía humana, abrimos la boca para continuar la cadena de la negatividad, del retroceso, del ruido insano que pudre el alma y el espíritu.

El silencio aleja los fantasmas de la soledad y el aburrimiento. Los diálogos que intercambiemos con nuestro verdadero ser se verán reflejados en nuestro desarrollo de la conciencia individual proporcionándonos el discernimiento necesario para la evolución integral.

Este discernimiento nos provee de claridad mental, de una sensibilidad acrecentada y una capacidad de decisión realmente libre de obstáculos, prejuicios y malas intenciones. Nos convertimos en seres humanos coherentes.

Ahora sí aunque la muerte nos sorprenda estaremos listos dejando como testamento nuestras acciones y al mundo entero como testigo. Marcando con cincel a las personas que nos rodearon en esta estancia pasajera de humanidad.