sábado, abril 08, 2006

ENTRE ESPINAS

En el tránsito de enfermedad de un ser querido toda la vida se vuelca en un agujero negro, un lugar inhóspito, desconocido y sombrío. Alejado de la dulce cotidianeidad que nos brinda la rutina. Las prioridades cambian, el mundo se detiene.

Y cuando es el único y más cercano familiar que queda cerca, la avalancha se cierne sobre ti y te hundes poco a poco en la soledad más absoluta, en la impotencia y la desesperación.

La fobia a la muerte lucha por salir a la superficie de la piel, se escapa a través de los poros, se desborda en los ojos una lágrima y es cuando volteas la vista hacia atrás y analizas la faena vital realizada, la siembra que con el paso de los años se madura. Y mientras todo esto sucede tienes que congelar una sonrisa amable y confiable en el rostro para brindar fortaleza al ser amado.

Es una situación difícil y complicada, pero cuando sientes el calor de las personas a tu alrededor, cuando percibes una de sus manos en tu hombro y en la otra una espada empuñada y lista para ayudarte en la batalla, todo se suaviza, vuelves a disfrutar del sol de madrugada, te dejas arrullar entre sus brazos y te duermes suavemente, sintiéndote protegida como en aquellos tiempos en que habitabas en el vientre calientito de tu madre.

La tempestad amaina y comienzas a sentirte viva de nuevo, es empedrado el camino pero recuperas esa fuerza interna que fué, es y será para siempre inmortalmente tuya.

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